El próximo año invierto en abrigos.
Vas por la calle, miras el termómetro,
y te escupe con sorna, los cero grados.
Se da la vuelta y sigue invernando. Sale
vaho de tu boca, estas tan encogida sobre ti misma, que pareces tres tallas
menos de lo que eres. Se te ven apenas tres puntitos en la cara. Los ojos, y
otro rojo que es la nariz moqueando sin descanso desde hace meses.
Miras a tu alrededor y un sinfín de
manchas negras y marrones, recorren las calles apresuradas y encogidas como tú.
Coff, coff, atschust, brrrr… y mas
clínex.
Sonidos del invierno, colores del
invierno.
Calles en las que si de pronto,
vislumbras un rojo, un amarillo o un blanco,
te giras, anhelando ver pasar detrás, esperanzada, a la primavera. Pero no, tan solo es alguien
sabio que ha apostado por un color de abrigo diferente al negro o al marrón.
Todos los benditos años, al llegar el otoño,
me reviso concienzudamente las tendencias de moda que nos asaltaran durante
estos largos meses de frio. Apunto, anoto, memorizo y compro. Pero en unas
semanas, estos modelitos tan lindos, dejan de ser el atuendo principal y son
sustituidos, sin piedad, secuestrados y ocultados por las chaquetas, cazadoras, y
posteriormente de forma avasalladora, por los abrigos.
Y aquí se acaba la moda, las
tendencias y lo chachi pirulí.
Y todos los benditos años, omito el
tema abrigo, porque total, ¡ya tengo ¡
Las tiendas se tiran de los pelos si
al comienzo de temporada, no hace frio, porque la gente no acude a ellas a
comprar abrigos, y, posteriormente, los han de
vender demasiado rebajados. Esto me indica inequívocamente, que no solo yo, cometo el error de creer, que no los voy a necesitar y
que no se van a convertir en lo único que use realmente todos los días.
Por tanto a los pocos días del
comienzo del otoño, llega el invierno y, me vuelvo a teñir íntegramente y otra
tediosa vez, de negro o marrón. Los
sacrosantos y combinables colores.
Todas las mañanas la misma historia.
Temblorosa y destemplada, miro el modelo
escogido la noche anterior para no perder tiempo. Miro de soslayo el chándal
colgado en la percha. Grueso, usado, calentito… Miro el modelito. Miro el
chándal. Ay.
¡Pero qué pereza me da ponerme esa blusita
y ese jersey!
Si, de acuerdo; Hay calefacción donde
voy, pero… ¿y mientras voy? ¿Y, al salir y mientras encienden la calefacción? ¿Y
si se estropea? Moriré congelada. Lo sé. Regresa la tentación. La de ponerme el
chándal. Sobre todo si el súper plan es
llevar los niños al cole y hacer la
compra. ¿Qué más dará, si encima de mi adorado chándal voy aponer mi súper
plumas, que no deja ver de mí, más que algo de nariz?
Así que tomo nota mental de que el
próximo año juro que no volveré a caer en este error. Y es que tiene delito no
compra abrigos, porque se llevan de mil formas y colores; estampados de
influencia tribal, clásicos lisos, jaspeados, inspiración años setenta, rectos,
con cinturón, etc.
Abrigos y no ponchos, chaquetitas y
capas monísimas que luzco una semana, si llega.
El próximo año, sin dudarlo, me
compro, primeramente un armario nuevo y en segundo lugar cientos de abrigos,
porque al final, es lo que se ve, es lo que luzco y es lo que más me apetece ponerme.
Ah, y un chándal de coralina. Como las
sabanas. ¡EA!
Comentarios
Publicar un comentario