Me gusta la Navidad,
pero tengo que reconocer que, conforme van avanzando los días, más me cuesta
mantener la ilusión inicial. No llega a desaparecer (desde luego que no), pero
es porque yo me empeño, y no porque reciba mucha ayuda exterior de gente
empeñada en contagiar su malhumor y su desprecio por las fechas, convirtiendo
sus melancolías en algo patológico de profunda tristeza que les impide ver más
allá.
Algunos
de nosotros nos dejamos llevar, y tendemos a creer que la estúpida, ficticia y supuesta solución es la de combatir la
tristeza, comprando compulsivamente, ya sea para hacer regalos a los demás o
para sí mismos, o saliendo hasta perder el sentido, o bebiendo y comiendo en exceso.
Reconozco al personal el derecho a sentir añoranza, melancolía o nostalgia. Son días que
promueven la evocación de tiempos pasados con
personas que ya no están, o momentos vividos que ya no se podrán recuperar. Pero
yo no entiendo la nostalgia como un sentimiento de tristeza, sino como el
anhelo de algo pasado, porque fue bueno. Recordarlo me hace sentir viva, rica
por dentro, y agradecida por tanto amor recibido. Logro sentirme fuerte, acompañada, y con ganas de crear más
nostalgias a cada Navidad. Deseo que mi hija me “nostalgie” en su madurez, porque será la mejor manera de
decirme te quiero, mama.
Creo
que el que nos encontremos o no felices es,
ante todo ,una actitud ante la Navidad. En realidad, ser o no felices, es
siempre una actitud, un posicionamiento y una decisión por cojones, ante la vida en general. Me gusta pensar que
estos días, son oportunidades. Es mucho en poco tiempo, es verdad, y el
cansancio hace mella, pero eso es algo que tengo claro desde hace tiempo. Nadie
me obliga, no dejo que nadie lo haga. Iré donde desee, el tiempo que desee
estar y con quien lo desee pasar.
Regalaré si puedo, y lo que pueda, sin importarme el qué dirán. Es realmente
fastidioso, estar siempre donde no queremos o quien no queremos. Aportar
coherencia a mi vida, es una norma para
todo el año.
Pienso sinceramente,
y más desde que tengo a mi hija, que se puede
retomar, se puede recordar y sobre todo se
puede y se debe aplicar, el verdadero sentido y origen de la navidad, que satisface realmente al corazón.
Sé que puede
ser difícil, sentirse optimista si no se
tiene ni para un simple chocolate con churros, pero os puedo asegurar que se lo
que es eso, y depende de vosotros en que lo convirtáis en algo indispensable o
no, para disfrutar. Sé que pasear por una ciudad donde los escaparates son
obras de arte que nos invita a desearlo todo, sin tener ni para un simple
regalo puede llegar a hacernos llorar, pero solo es cuestión de asumir que cada
uno tiene lo que tiene, y que nosotros tenemos la capacidad de poder admirar
esos escaparates, y seguir con nuestro paseo, sintiendo el frio en las orejas, oliendo las castañas
asadas, observando los niños en las plazas, y sintiendo nuestro corazón
henchido de orgullo y paz por no necesitar de nada más que de nosotros mismos,
para ser felices.
La Navidad, celebra
el nacimiento, la vida. Más allá de la religión que profesemos, tanto si somos
ateos o agnósticos, nosotros también podemos renacer cada año, en cada una de
estas fechas, enorgullecernos de lo conseguido hasta ahora, sea poco o mucho.
Podemos dar
las gracias por el tiempo disfrutado junto a los que queríamos, aprovechar cada
minuto con los que tenemos, dar importancia al amor y a la amistad, celebrar la superación de los obstáculos que
hemos tenido y proyectar nuevos planes a mediano y largo plazo.
Pero para
ello, hay que aceptar primero las pérdidas, reconocer los fracasos y atreverse
al futuro
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